Impresiones de lectura, digamos, sin pretensiones críticas. Entonces: leer, leer, leer y, a veces, escribir. En una época en la que el blog es cada vez más el discreto territorio del “entre nos”, los invito a emprender un nuevo viaje entre palabras, porque creo con Valéry que “el universo solo existe sobre el papel”.

viernes, 1 de abril de 2011

Pálida luz en las colinas, de Kazuo Ishiguro

Cansada de escuchar alabanzas sobre Murakami me decidí a leerlo. Por sus obvias resonancias literarias, Kafka en la orilla fue el título que más me sedujo en la mesa de pockets. Leo y espero la revelación, leo y espero caer atrapada en las garras de Murakami. Leo y espero, pero no pasa nada...

Alguien sabio me dice “para japoneses, mejor que Murakami, Ishiguro”. ¿Con qué se come? pregunto instalándome en mi más absoluta ignorancia respecto de cualquier cosa que exceda los estrechos límites del Cono Sur (Por qué soy tan desatenta con lo que creo que no me interesa...)

Investigo. Me entero de que este japonés puede ser considerado, en verdad, un escritor inglés. Solo encuentro halagos sobre su obra: dudo (¿otro Murakami?). En castellano, lo publica Anagrama: dudo, si cabe, un poco más. Voy a leerlo, pero estoy decidida a ser impiadosa: no a empezar por su novela “más grosa” ni tampoco por la que tenga el título más oscuramente seductor entre los oscuramente seductores títulos de Ishiguro. Voy a empezar por la primera de todas, sopesar  a un escritor en esa puerta de entrada al campo cultural que es todo texto de comienzo.

Consigo –no sin esfuerzo-, Pálida luz en las colinas (1982). Leo y no hace falta que espere demasiado: sin darme cuenta, estoy atrapada en las garras de Ishiguro. Pálida luz en las colinas es una novela de un equilibrio perfecto. Perturbadora por lo que muestra, pero mucho más por lo que calla. Sus páginas exhiben la ruina que deja la guerra y lo hacen mostrando la profunda violencia que se esconde tras la cortesía. Novela femenina, novela familiar. Novela de madres e hijas. Y de hombres, más o menos, ausentes. Vidas en espejo que el recuerdo presenta, pero que no explica. Japón, América, Inglaterra. Mundos en tensión, órdenes que se disuelven, existencias que pierden su marco de referencia. Y la muerte, siempre, como centro del relato.

Hacía mucho que la lectura de un texto no me provocaba esa sensación física de gran malestar y desasosiego. Hay algo siniestro en las páginas de la novela, algo amenazante que, quizá, se filie con la certeza de que el desastre se avecina, impresión que solo cede cuando nos damos cuenta de que el texto ya nos situó, desde su inicio, en el centro de la devastación.  

Podrán imaginar que ya conseguí el resto de las novelas de Ishiguro. Aquí me esperan, componiendo una colorida pilita en mi biblioteca. No sé cuándo podré leerlas (sospecho que pronto).

Por este tipo de descubrimientos es que amo la literatura.

Andrea Cobas Carral

4 comentarios:

Ruth Citlaly dijo...

Me encantó ese libro, lo encontré muy barato en un pequeño bazar y tras leer la sinópsis me entró mucha curiosidad... tanta que lo terminé en un día.
Saludos y Gracias !

Cobiñas dijo...

Me alegra!! Un gran libro, sin dudas. A seguir con Ishiguro. Un abrazo

Anónimo dijo...

Recomiendo "Un artista del mundo flotante" novela impecable del mismo autor. Personajes inolvidables, y un estilo narrativo que hipnotiza.

carolina dijo...

Lee Banana Yoshimoto...